El fin del mundo se articula a modo de cuenta atrás o rompecabezas sin figura que pone en escena una meditación distanciada, en prisma, desde las ruinas del Nuevo Orden Mundial. Su lenguaje, asumiendo su factura como fractura, no se reduce a reflejar realidades cotidianas contemporáneas, sino que busca, calladamente, abrirlas, provocarlas; en una palabra, hacerlas estallar.