Durante dos siglos y medio, entre 1603 y 1868, en el tiempo conocido como periodo Edo, Japón estuvo cerrado a los viajeros y, prácticamente, a la influencia extranjera. Sin embargo, en vez de empobrecerse, el país se desarrolló económica, social, cultural y artísticamente. Este impulso fue posible, en gran medida, gracias a las rutas que el shogunato trazó o modernizó, dotándolas de una completa red de servicios, y normas, para el desplazamiento y control de viajeros: comerciantes, peregrinos, artistas y daimios.