En su permanente lucha por alcanzar la autodefinición derivada del conocimiento de cuanto le rodea, radiografiando la casuística de su esencia y las razones finales que justifican su vida y explican el porqué de su naturaleza y el motivo genésico del Universo, el Hombre ha entrado en los últimos tiempos en la rueda frustrante de un materialismo que, lejos de conducirle a la explicación auténtica de su existencia, le precipita en un pozo de oscuridad cuyo fondo en modo alguno puede ser alumbrado, ni siquiera mínimamente, por la luz de la verdad. El materialismo, en efecto, está constantemente admitiendo su fracaso, por más que tanto su génesis como su desarrollo fuesen inevitables para mostrar al ser humano la más nítida imagen de su error: es necesario conocer los efectos del negativismo para valorar en su justa medida la gracia del positivismo. Durante los últimos siglos, todos los científicos e intelectuales del mundo han entablado una suerte de cruzada contra cualquier tipo de explicación espiritual, mística o esotérica que pudiera atentar contra la frágil integridad de sus razones; de manera que en
