Hablar de Dios siempre resulta difícil y, a la vez, fascinante. El secularismo, la desmitificación, la falta de experiencias religiosas, una filosofía analítica de corte verificacionista y un cierto abuso histórico del nombre de Dios cuestionan la posibilidad de un discurso sobre el Misterio. ¿Cómo seguir hablando de Dios ante el desafío de la increencia, de los huracanes y de la injusticia?